Reflexión: ¿Plantar cara o rendirse?
- Imanol Sánchez Vizcor
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura

Ante quienes intentan silenciarte, poner zancadillas o menospreciarte cuando te perciben como una amenaza, siempre llega un punto de inflexión. Hay un momento en que la vida te obliga a elegir entre dos caminos: plantar cara o rendirte. Y aunque la decisión parece sencilla al decirla, vivirla no lo es.
Plantar cara no es buscar conflicto ni alimentar rencores. Es, sobre todo,reafirmar la propia dignidad. Es negarte a aceptar que otros decidan por ti lo que puedes decir, hacer o ser. Es un acto de respeto hacia uno mismo, pero también hacia los ?Significa sostenerte con calma, con argumentos, con pruebas y con principios.
Claro que tiene un coste. Supone exponerse, perder tranquilidad, enfrentarse a la incomodidad, a la incomprensión e incluso a la soledad. Pero hay un tipo de paz que solo llega después de haber hecho lo correcto, aunque el camino haya sido difícil. No hay serenidad duradera en el silencio impuesto ni en la resignación forzada.
Rendirse puede parecer la salida más práctica: evitar problemas, cerrar los ojos, intentar seguir como si nada hubiera pasado. Pero el precio del silencio es alto. Callar por miedo o cansancio termina dejando una sensación de derrota que no se disipa. El silencio prolongado se convierte en una forma de aceptación del abuso, y con el tiempo, en una herida interna que duele más que cualquier conflicto externo.
Defenderse, en cambio, es un ejercicio de responsabilidad. No solo contigo mismo, sino con todos los que podrían pasar por lo mismo y no tienen voz. Cada vez que alguien decide no callar, abre una rendija de luz en un entorno donde otros prefieren la sombra. Plantar cara, cuando se hace desde la serenidad y la verdad, no destruye: construye. Ayuda a que el abuso no se normalice, a que la mentira no se confunda con realidad, a que la injusticia no se repita.
Eso no significa actuar de cualquier modo. La valentía no está reñida con la prudencia. Plantar cara con inteligencia es saber cuándo hablar, cómo hacerlo y ante quién. Es confiar en las herramientas legales, en los hechos comprobables, en la coherencia de los actos. Es prepararse, documentar, asesorarse y sostener la calma incluso cuando otros pierden la suya.
A veces es necesario retirarse un paso, no para rendirse, sino para observar, entender mejor el terreno y volver con más claridad. La serenidad no es pasividad: es la fuerza de quien no actúa desde el impulso, sino desde la convicción.
Y cuando todo parece cuesta arriba, conviene recordar que defender la verdad nunca es en vano. Aunque cueste, aunque duela, aunque parezca que no hay eco, siempre deja una huella: en ti, y en quienes te observan en silencio, aprendiendo que también ellos pueden mantenerse firmes.
Porque la verdad puede tardar, pero siempre agradece a quien no la abandona.



Comentarios