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7 de septiembre, a un día de Barbastro

  • Foto del escritor: Imanol Sánchez Vizcor
    Imanol Sánchez Vizcor
  • 7 sept
  • 2 Min. de lectura
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Pues nada… aquí estamos otra vez, 7 de septiembre. Mañana será día 8, y se cumplirá exactamente un año desde la última vez que toreé. Así está de complicado el mundo del toro. Sin embargo, a un día de volver a vestirme de luces, las sensaciones son buenas.


Es cierto que hay nervios, incertidumbre, esa intranquilidad inevitable de volver a enfundarse el chispeante.


Como siempre, se mezclan emociones. Por un lado, la ilusión de mostrar mi evolución delante de la cara del toro. Porque aunque algunos piensen que, al torear menos, ya no estoy en activo, la realidad es justo la contraria. Entre los vaivenes del año y las dificultades del sector, me siento un privilegiado.


Privilegiado porque, mientras unos ponen zancadillas y cierran puertas, otros me ofrecen todo lo que tienen. No puedo evitar recordar a las decenas de ganaderos que, año tras año, cuentan conmigo para tentar de manera constante. Eso significa que, aunque hayan pasado exactamente 365 días desde mi última corrida en público, mi contacto con el toro nunca se ha interrumpido.


Y también privilegiado porque vivir del toro, sin depender directamente de lo que toreas, te hace libre. Libre en todas sus vertientes. Esa libertad incluye no tener que mendigar a quienes quieren apartarte del camino, o incluso de la profesión. Libre porque sé dónde quiero ir y qué estoy dispuesto a sacrificar. Libre porque he triunfado y fracasado tantas veces que de ambas siempre he sacado aprendizaje. Libre porque torear, en la sociedad actual, es quizá el mayor acto de libertad y rebeldía. Y, sobre todo, libre porque con mis errores y mis aciertos he aguantado y he llegado hasta aquí, manteniéndome fiel a lo que creo, incluso yendo muchas veces a contracorriente.


Después del palo de Zaragoza, cuando de la noche a la mañana se esfumó una corrida de toros importante que me habían ofrecido y confirmado —una palabra incumplida que uno nunca entiende, más aún sabiendo el daño que causa—, hubo días malos. Días en los que algunos me apoyaban y otros me cuestionaban. Pero también fueron días de crecimiento: o te dejas machacar o aceptas y sigues adelante. Esa es la gran lección. Como siempre digo, jamás se vence a quien no se rinde, y en mi sino, la rendición simplemente no existe.


Como recuerda Eckhart Tolle: “te pueden quitar lo que tienes, pero jamás lo que eres”. Y si algo tengo claro es que, toree mucho o poco, me tiendan zancadillas o me pongan alfombras, yo soy torero. Y ser torero, para mí, es la mayor de las ilusiones.


Por eso, con la incertidumbre y la responsabilidad propia del momento, acudo mañana a Barbastro con el esportón cargado de ganas e ilusión.

 
 
 

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