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En el toreo no todo es el glamour de las grandes ferias.

Imanol Sánchez Vizcor

No se vence a quien no se rinde. Quizás no sea una frase que se pueda cumplir al cien por cien, pero sí está claro que es la base para no ser vencido por las circunstancias que nos encontramos a lo largo de nuestra vida para superar cualquier dificultad que se interponga en ella. En el día a día o en la consecución de objetivos y sueños.


Si algo tenemos los toreros, y sobre todo los modestos, es grabarnos a fuego esta frase y lo que ello conlleva. Y créeme que sé bien de lo que hablo. 


¿Te imaginas tu trabajo? Pues ahora sigue pensando que estás de prácticas en tu puesto laboral toda esa anualidad, para solo trabajar y lo que es más duro, cobrar tres o cuatro días del mismo. Y esto, un año tras otro durante cerca de veinte años.


Quizás me trates de loco, porque es lo que llevo viviendo personalmente desde el primer día que quise ser torero.


Todo en el toreo no es el glamour de las grandes ferias, el elixir de las grandes figuras del toreo y los triunfos que resuenan en los principales medios. 


Hay, mejor dicho, habemos toreros que desde niños hipotecamos nuestra vida con el único propósito de querer ser figuras del toreo. Serlo es un auténtico milagro, llegar a ser matador de toros (torero profesional), algo muy muy difícil.


Hipotecar una vida al toreo es entregarte en cuerpo y alma, hacer y desarrollarte como individuo, siempre pensando por y para el toreo. Ser niño y adquirir la madurez suficiente para dejar de lado los juegos de tus amigos, las juergas y la diversión de adolescente, e incluso una estabilidad económica y laboral a medida que avanza tu edad o renunciar a tener pareja y familia porque te entregas al toro igual que lo hicieran siglos atrás los templarios a Dios. Con una disciplina y liturgia única y, en muchas ocasiones, como es lógico para quien lo ve desde fuera, irracional. 


Dedicarte en cuerpo y alma a ello es entrenar cada día y cuidar tu alimentación como si de una jornada laboral de diez horas, trescientos sesenta y cinco días del año, se tratara, para torear tres o cuatro corridas de toros, en el mejor de los casos.


Es decir, prepararte pensando que vas a torear ochenta, sabiendo que no pasarás ni de las cinco. Lo que supone, además, que a todo el entrenamiento y preparación hay que sumarle un trabajo que te permita tener ingresos económicos suficientes para al menos poder vivir, porque no nos engañemos, somos profesionales, pero si toreas tres corridas en plazas de tercera, tienes menos estabilidad económica que una tienda de campaña en medio de un huracán.


Si a todo ello le sumas los entresijos, intereses y un sinfín de circunstancias que no se pueden contar (al menos hoy), o asumes y asimilas desde una perspectiva estoica de crecimiento ser yunque, o esta situación haría o hubiera hecho que tirara la toalla hace años. No es de extrañar que esas personas que se acercan a ti y ven con racionalidad la situación te pregunten muchas veces, -¿Imanol, merece la pena sacrificarse e incluso en ocasiones sufrir tanto?-, lo cierto es que si pones en una balanza lo negativo y lo positivo, no.


Imagínate triunfar en una plaza y que no te repitan al año siguiente. Que en una feria importante te den una tarde con una corrida de toros con la que es prácticamente imposible triunfar y la tengas que aceptar porque no tienes otra cosa. Que te prometan que te van a poner una tarde y que nunca llegue. Pegarte diez o doce meses sin vestirte de luces hasta que lo vuelves a hacer. O recientemente enviar el contrato de una feria importante de tu tierra y que un torero de plata de tu propia región, por presiones y difamaciones, te quite de ella porque no negocias intereses de empresas con intereses profesionales... etc, etc, etc.


 Si sumas todo esto que lees, lo raro será que te preguntes cómo aguanto, qué pinto en esto y por que sigo. Y te doy la razón. Pero cierto es que no sucumbir a todas esas circunstancias que no dependen directamente de ti, utilizarlas como combustible para seguir trabajando sin claudicar, te permite ver cuando echas la vista atrás que eres un privilegiado, que has crecido en lo personal a pasos agigantados y que esa dura experiencia del día a día también genera que seas una persona de valor, valores y éxito en otras facetas de la vida. Y lo que es más importante, te enseña a disfrutar de cada entrenamiento y cada tentadero al máximo, porque triunfar una tarde de toros después de vivir todas estas situaciones es la mayor grandeza interior que quienes nos vestimos de oro, y decidimos no tirar la toalla pase lo que pase, podemos tener.


Lejos de verlo como algo negativo, este espinoso camino nos demuestra que el simple hecho de vivir en torero, es un auténtico privilegio.


Hay momentos de bajón, obvio, cuando piensas que todo se acaba, cuando no ves perspectivas de torear. Cuando no te pueden acartelar. Cuando, cuando, cuando…


Pero con el pasar de los años, siempre hay un momento en que algo o alguien cambia la moneda, o mejor dicho, tu actitud. Una situación, un tentadero, una noticia, una llamada…


Como la de estos días; pensando que iba a entrar en el certamen de la Copa Chenel, después de varias ediciones y con credenciales suficientes para estar, me volví a quedar fuera. La desilusión fue tremenda. Y en medio de esos pensamientos borrosos recibí una llamada de quien fuera apoderado de una de las grandes figuras del toreo de los últimos tiempos, un torero francamente admirado por mi persona, porque con trabajo, constancia, tesón y sacrificio consiguió poner en "jaque" al propio sector. Unas palabras que fueron como una botella de agua cuando haces una maratón en medio del desierto y que ratificaron aquello que llevo toda la vida haciendo. Resistir y persistir.


"Aguanta, Imanol, sigue entrenando, y cuando pase tu tren, que llegará, que te encuentre preparado para subirte a él. El toro no pide el carnet de identidad, ni la edad. Te pide estar por y para él y lo único que depende de ti es entrenar".  Me dijo en medio de una larga y apacible conversación que me vino como anillo al dedo antes de ir a tentar al campo al día siguiente.


Porque al final, si no te rindes, nadie te gana. Si no te rindes, sigues vivo. Y si no te rindes, puedes seguir caminando. Así que, querido amigo, si crees en algo o alguien en tu vida, recuerda no rendirte pase lo que pase; quizás no lo consigas, pero cosecharás a lo largo del camino cosas inimaginables.

 

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