Cuando ejercer la labor de director de lidia estaba mal visto
- Imanol Sánchez Vizcor
- 26 mar
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 27 mar

Estoy seguro de que, al leer el titular, te habrás quedado perplejo y probablemente te estés preguntando qué rajada va a soltar Imanol esta vez.
Lo cierto es que esto no es una rajada como tal, sino simplemente mi historia. Y como toda historia, tiene momentos preciosos y otros más complicados. Pero han sido precisamente esos momentos difíciles, junto con la ilusión de ser alguien en mi profesión, los que me han ayudado a no tirar la toalla ante las muchas barreras que me he encontrado —y sigo encontrando— en el camino.
Mis inicios como novillero y el problema económico
En 2008, recién debutado como novillero con picadores (una de las categorías previas a la de matador de toros), me enfrenté a un problema habitual en mi gremio, un problema que, por cierto, sigue existiendo sin que nadie haga nada al respecto.
Si las cosas iban bien después de torear dos señores novillos, al final te quedaban 400 euros. El novillero que más toreó el año pasado hizo 38 festejos; ahora haz cuentas: si tienes que comprarte trajes, capotes, desplazarte al campo… ¿se puede vivir con eso? Pero bueno, sigamos.
Mi periplo en el escalafón de novillero con picadores duró desde el 17 de septiembre de 2008, cuando debuté, hasta el 9 de septiembre de 2013. Muchos años, en los que, por ejemplo, en 2009 apenas toreé algún festival y ninguna novillada con picadores. Aun así, mi ilusión era tan grande que no me amargaba no torear tantos festejos como otros compañeros. Entrenar y soñar con tomar la alternativa era suficiente.
Eso sí, entonces era ajeno a los entresijos de la profesión y lo que se cocía en los despachos. Bendita inconsciencia e ingenuidad.
Lo que siempre tuve claro es que torear no podía suponer que mis padres me mantuvieran o que tuviera que sacar dinero de mi bolsillo —ni del de nadie— para ello.
El Director de Lidia: una oportunidad inesperada
Y aquí te preguntarás: Entonces, ¿trabajabas en algo?
Pues no, pero al debutar con picadores, la normativa en muchas comunidades me permitía ejercer como Director de Lidia. Este es el profesional que ves en festejos de vaquillas en la calle, recortadores, etc., con un capote en la mano.
En aquella época, ese puesto solía estar "reservado" a profesionales que estaban a punto de jubilarse y necesitaban cotización en la Seguridad Social. Además, muchos compañeros lo veían como algo que restaba categoría a un torero. Para que te hagas una idea del descontrol que había entonces, algunos se daban de alta en varios pueblos el mismo día, aunque solo podían acudir a uno. Hoy esto sería impensable.
En 2008, todavía se toreaba mucho. Pero yo no tenía la suerte, como me pasa ahora, de hacer cuarenta festejos al año. Unos años toreaba cinco, otros siete, otros tres… Con eso, obviamente, no daba para vivir y mucho menos para tener una estabilidad financiera.
Fue entonces cuando Germán Villar, gerente de TOROPASIÓN, una empresa dedicada a festejos populares, me dio la oportunidad de ejercer como Director de Lidia en los concursos de recortes que organizaban en plazas como Las Ventas, Logroño, Vitoria, Haro, Corella y Toledo, entre muchas otras.
Buscaban a alguien en forma, que no tuviera miedo al toro y que entendiera este tipo de festejos. Por mi lugar de residencia, había crecido rodeado de festejos populares, así que sabía de qué iba la vaina.
Para la empresa, igual que era importante contar con un equipo médico preparado, también lo era garantizar la seguridad de los recortadores. Porque, aunque algunos no lo vean así, estos se juegan la vida tanto como cualquiera que vestimos de luces.
Al principio, esta labor no era muy reconocida. En Aragón, por ejemplo, cuando llegaba con el capote a algún municipio nuevo, la gente me preguntaba si iba a torear, porque igual no habían visto un Director de Lidia en su vida…
Con el tiempo, aprendí a ubicarme en el mejor sitio y a anticiparme a los percances. La primera cogida es inevitable, pero hay que estar rápido para evitar la segunda. Así fui adquiriendo los conocimientos necesarios para mejorar en esta labor.
¿Sacrificar el sueño de ser torero?
Gracias a este trabajo, se me abrió una oportunidad laboral dentro del mundo del toro.
Para mí, tenía muchas ventajas, entre ellas: me permitía seguir en contacto con el toro. Aunque no tenía facilidad para ir al campo ni toreaba mucho, podía ver toros fuertes cara a cara y de manera regular, gracias a lo cual el volumen del toro a la hora de torear me impresionaba menos.
Ingresaba dinero para vivir, comprarme capotes, pagar gasolina, en definitiva poder invertirlo en mi preparacion como torero. Incluso, a veces, podía torear algunos de esos toros después de los concursos de recortes. Algo que no era moco de pavo. ¿Era una irresponsabilidad? Te dejo a ti juzgarlo. A mí me servía. Y mucho.
Siempre estaré agradecido a Germán y a sus socios, Miguel Ángel y Carlos, por darme esta oportunidad. Gracias a ellos, hoy considero esta labor una profesión digna y respetada.
Si hubiera tenido otro trabajo con horarios fijos, entrenar o ir a una novillada entre semana habría sido casi imposible. Así que donde parecía haber un problema, encontré una oportunidad.
La cara amarga de la profesión
Pero no todo fue positivo. Como te decía, algunos toreros y banderilleros no veían con buenos ojos que un novillero como yo hiciera de Director de Lidia. "Un chaval que quiere ser torero tiene que pensar en eso, no en hacer capeos…"
Y entonces empezaron las críticas, insultos e incluso amenazas. La presión fue tal que llegué a plantearme dejarlo todo. Incluso dejar de torear.
Con el tiempo, entendí que no rendirme fue ganar una batalla y una gran lección de vida. Puede que no viva solo de torear, pero vivo del toro. Y, tal y como está el sector, eso es un auténtico privilegio.
El hostigamiento
"¡Lo que tendrías que hacer es ponerte a trabajar! ¡Hay que darle un susto al niñato este! ¡Habría que pincharle las ruedas del coche!" Frases como estas tuve que escuchar de algunos profesionales a los que respetaba e incluso admiraba, solo por buscarme la vida de forma honrada siendo un niño. Podía aceptar "cierto resquemor" al tener que repartir una porción del pastel, pero aun a día de hoy, no entiendo semejante hostigamiento.
Algunos profesionales de mi tierra llegaron a presionar al empresario de La Misericordia, D. Ignacio Zorita, para que me quitaran de novilladas o para que no me contrataran en Zaragoza. El bueno de Ignacio que siempre se porto de categoría conmigo no hizo caso. Incluso hubo quienes quisieron "darme un sustito".
Hoy los he perdonado, pero no lo olvido. A pesar de todo, seguí adelante. Y con el tiempo, se ha demostrado que un Director de Lidia bien preparado es imprescindible en los festejos populares.
Hoy algunos de ellos me piden actuaciones para aumentar su cotización de cara a la jubilación. La de vueltas que da vida...
La perseverancia
Te cuento todo esto porque sé que mis experiencias pueden servir de inspiración a muchas personas que hoy por una circunstancia u otra se encuentren en una situación similar. Con el único objetivo de dar un mensaje positivo para que nadie se rinda por más piedras que encuentre en el camino.
Si algo he aprendido es que, cuando te apasiona algo, no puedes rendirte. Cometerás errores, muchos. Pero hay que aprender, corregir y, si es necesario, pedir disculpas.
Que las críticas y las dificultades nunca te aparten de tus sueños. Nos seguimos leyendo. Y recuerda: ¡Nunca te rindas!.
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